Ví la aquí recientemente estrenada -y laureada con Oscar-
Vida de otros (
Das Leben der Anderen). Me gustó mucho y la recomiendo a todos aquellos que les pueda interesar una muy buena historia ambientada en la "República" "democrática" alemana a mediados de los '80.
Se ve nítidamente cómo operaba el estado policial, a la sazón único sostén del ya descreído socialismo real. En la RDA, toda información que hoy llamaríamos, o bien sensible, o bien inocua, se procesaba a través de la infame Stasi. Esta policía secreta (o ministerio para la seguridad estatal) se encargaba de espiar, interrogar y hasta encarcelar clandestinamente a los sospechosos de representar un peligro para el estado. Pensar diferente o la manera
occidental hacía, al incauto, acreedor de tan desdorosa suspicacia.
Queda expuesto en la película como, ya hacia el final del socialismo, el estado policial ejercía su represión y control de una forma mucho más sutil que en las aberrantes masacres acostumbradas en el resto del siglo. No hay desapariciones permanentes ni fosas comunes como las de Stalin o Hitler, pero sí hay una enorme red de informantes, de vigilancia mutua, miedo, reprimendas basadas en la quita de beneficios (en una sociedad donde el estado controla todo), como en Cuba, China y la URSS de Kruschev. Aparentemente no hay tortura. Lo que hay son interrogatorios de 48 horas, con confesiones sacadas a fuerza de insistencia y usadas en propia contra. Hay acusados que, presión mediante, devienen en agentes encubiertos y delatores de los seres con los que mantienen la más íntima relación.
Sin embargo, el sistema puede fallar, las personas reunirse y la siempre incómoda información fluir. Con el correctísimo título de
Vida de otros, se relata la historia de un hacendoso oficial de la Stasi (Wiesler) al que se encomienda la tarea de vigilar día y noche a un guionista teatral sospechado sin mayor fundamento que el de desempeñar su labor en el ambiente artístico.
Un sistema tan perverso precisa de obedientes e inescrupulosos funcionarios que ejecuten los dictados más invasivos de la autonomía individual. Presupuesto de suerte tal, que la fría y eficiente burocracia alemana tal vez se considerara apropiada para montarlo. Pero el protagonista, aunque en un inicio da la pauta del funcionario desapasionado, fiel comunista por excelencia, no es un robot y frente a la duda comienza a elaborar en su conciencia un costado bueno. Ser ético en el totalitarismo tiene sus riesgos y más bien pocos beneficios personales, y así es como el pelado Wiesler se juega el pellejo al dudar sobre las órdenes de sus superiores.
Quien lea este comentario no debe pensar que el fichaje personal y el control permanente acabaron con la caída del muro de Berlín. Tampoco debe asumir que el estado policial es patrimonio exclusivo del socialismo, con o sin rostro humano, ni que amén de otras épocas más duras, sean solamente otras latitudes las que albergan tan preocupantes manifestaciones. Allí donde el poder no esté limitado, no encontrará más restricciones que la arbitrariedad de los dententadores. Como nada en que la seguridad jurídica y física de las personas repose en la veleidad humana esté más lejos del deber ser,
Vida de otros enseña sobre el peligro de un sistema librado al capricho de funcionarios. El dato de que sean comunistas repercutirá sobre el patrimonio, mientras que la intrusión ilimitada coherente con cualquier manejo típicamente totalitario, independientemente del signo, terminará por destruir la vida, libertad e intimidad de las personas. Allí viene nuestra preocupación cuando países a la vanguarda de la protección de las garantías y derechos de los ciudadanos rompen la tradición so protexto de la emergencia (generalmente la guerra).
El personaje Wiesler da a conocer lo mejor y peor de sí: inicialmente acata, sin más, las órdenes de políticos corruptos y autoritarios. Pero al ponerlas en práctica también las cuestiona.
Sería falto de ambición desestimar la importancia de la ética y la bondad en las conductas humanas. Lo que es inviable, por ingenuo, es hacer descansar al sistema puramente en la buena voluntad de quienes ejercen el poder. A ellos les cabe ejercer a la vez que soportar el peso de la legalidad; respetar el ámbito privado de las conductas; hacer prevalecer la igualdad ante la ley; obrar, desde, hasta y no más allá de su competencia, en función de las acciones y no de los rasgos personales o la peligrosidad. Hacer todo ello no garantizará una conducta ética, pero la facilitará. Por eso le costó tanto a Wiesler, inmerso en un sistema policial como estaba, comportarse como es debido en un estado de derecho.
5/5