Ni la guerra preventiva ni el holocausto nuclear son inevitables si Irán, Estados Unidos e Israel comprenden la lógica del tira y afloje.
Para entender el enigma de Irán hay que apartarse de la mirada tradicional, portadora de tal simplicidad que pierde valor analítico. No se llegará a mucho planteando la contienda como una serie de amenazas en que la desobediencia de aquella dirigida a Irán acarreará por parte de EEUU y/o Israel un ataque preventivo. La ausencia o retraso de dicho ataque, y la continuación de los planes iraníes vendría a significar el inexorable holocausto nuclear. Semejante esquema da por presupuestas, como si ya estuviesen predeterminadas, acciones que al momento de analizarse revelan la complejidad del asunto, condicionado por la multiplicidad de variables en el orden militar, diplomático y político. Si los términos fueran los barajados, sólo quedaría por responder una pregunta: ¿Cuándo?. Es decir, ¿Cuándo desactivará Irán su programa nuclear? O en su defecto, ¿Cuándo se dará el ataque de EEUU y/o Israel?. Adentrarse en cómo será el ataque (si quirúrgico o si por tierra, mar y aire, etc.) sirve poco si todavía consideramos vigentes, como parecen estarlo -y el retraso en el ataque configuraría prueba de ello-, otros elementos de persuasión.
Cuesta pensar que sean las maniobras diplomáticas las que puedan evitar la guerra, cuando no existe diálogo directo entre los norteamericanos e israelíes y los iraníes, sin relaciones oficiales (e Israel ni si quiera es reconocido como estado). La ausencia de diplomáticos no invalida del todo la comunicación, puesto que las señales siguen llegando, principalmente en forma de provocaciones, desafíos y amenazas mutuas.
Con un tenso ejercicio de tira y afloje, los involucrados se prueban para corroborar la incidencia de su propia provocación en la conducta del otro. El manejo es muy similar al que había entre superpotencias durante la Guerra fría, con una salvedad: era inviable otra aproximación, pues una guerra directa podía derivar en holocausto nuclear.
Aquí la puja es para que Irán no alcance esa capacidad, y una acción militar a tiempo suena como viable si no trae consigo las mismas consecuencias que hubieran correspondido a un enfrentamiento directo con la URSS. Sin embargo, si Irán ya goza de un arsenal nuclear, el costo de atacarlo sería enorme, y mucho mayor si otra potencia nuclear (China o Rusia) lo protege, aunque hoy parece dudoso que la causa de la soberanía iraní merezca semejante sacrificio, más allá de la estrecha cooperación técnico-militar y lazos comerciales que unen a los gigantes asiáticos con la república islámica.
Las declaraciones altisonantes de Ahmadineyad sobre nuevas demarcaciones de mapas causaron preocupación en la comunidad internacional, y la consternación provocada es justificada de suponerse que los temerarias insinuaciones sean sinceras y denuncien su verdadera intención respecto a Israel.
El temor hace que no todos los dichos del presidente iraní puedan tomarse con la misma seriedad. Cuando proclama la intención pacífica de su programa nuclear, en concordancia con la pertenencia de Irán al tratado de no proliferación nuclear, es visto cuando menos con sospecha. Cuando alardea en una muestra de retórica antinorteamericana, de pronto es creíble. Hay que tomar ambas manifestaciones como lo que son, ardides, y no como confesiones sinceras o mentiras descaradas.
Al pretender darle uso civil a la energía nuclear, no necesariamente hay que tomarlo como una mentira, ya que en un futuro con cada vez más crisis energéticas fruto de una mayor población y consumo, diversificar la producción energética y desarrollar otras fuentes, incluyendo la atómica, descontando el costo político –enorme- no luce disparatado. Tampoco ha de creerse que la relativa autosuficiencia iraní de petróleo y gas es óbice para exportar o almacenar sus excedentes, a no ser que sufra un embargo o un ataque militar de gran magnitud y quede comercialmente aislado. La preocupación radica en que se vuelque al desarrollo de armas atómicas e ingrese al club nuclear. Y aunque ha manifestado que no enriquecerá el uranio con ese fin, no puede descartarse que lo haga de todos modos si siente que su país será atacado. La situación es tan delicada que ambas partes están persiguiendo sus intereses sin cruzar la delgada línea pasada la cual se daría a entender que las decisiones ya están tomadas y la única salida será la guerra. Si Irán cree que será atacado sin más, el acorralamiento lo llevará a contrarrestar desesperadamente acelerando o iniciando la investigación, desarrollo y fabricación de armamento nuclear.
Las provocaciones de Ahmadineyad contra Israel forman parte de un discurso antiamericano que ataca verbal y sentimentalmente al principal aliado en la región, y lo probable es que sólo se trate de retórica para ganarse la simpatía de los árabes musulmanes, de una manera que aprovecha y ahonda la tradicional rivalidad semítica. Este recurso de fraccionamiento ha sido ampliamente explotado durante la historia, lo que motiva la sospecha de ser iraní la cizaña detrás de Hezbolah y Hamas y sus ataques contra Israel.
La demagogia de la política iraní, semejante en sonoridad a la de Chávez, encuentra frutos a recoger en la atención captada por la opinión pública internacional y el resentimiento y postergación que sienten los musulmanes, que ha llevado a decir, por ejemplo, al Sheik Moceen Alí que Irán es el orgullo de Islam.
El discurso no es muy elaborado: consiste en romper el cerrojo del club nuclear para ingresar sin invitación y en lo que resta, reeditar la vieja concepción de que el sionismo es el causante de todos los males en la región. La proximidad entre los postulados antisionistas y el antisemitismo clásico hace suponer que Ahmadineyad querrá continuar la solución final de Hitler, pero la variada composición demográfica iraní reconoce matices. Irán cuenta con una comunidad judía de 30.000 personas, la más grande en medio oriente luego de Israel. La mayoría se concentra en Teherán (donde Ahmadineyad fue alcalde) y en general, fuera de cierta discriminación legal –condenable-, no han sido molestados en demasía, mucho menos aniquilados. Ni Israel ni la comunidad internacional toleraría un nuevo Holocausto, pero quizás tampoco los mismos iraníes ni lo los clérigos más duros, sabiendo que no figura en su ideario y en la inteligencia de que no lo han tratado de acometer ni solapadamente. Los casos en que los judíos persas sufren persecución se relacionan con aquellos acusados de colaborar con el sionismo, lo cual retorna a la lógica del estado en pie de guerra y se retro-alimenta en un discurso combativo.
A pesar del orgullo que le puede reputar a los fieles musulmanes la provocativa política iraní y su recurrente diatriba antiimperialista y antisionista, no deja de ser un dato de la realidad el que Irán sufriría un daño peor al que tuvo en la guerra sostenida contra Iraq si fuera a enfrentarse con Israel y Estados Unidos, y la implementación de arsenal nuclear en la contienda podría llevar a su propia desaparición.
Además, en el frente interno la oposición crece y la abierta política de provocación y confrontación apoyada en la carta nuclear pierde partidarios, con cada vez más disidentes, incluso en el clero gobernante, en un régimen político por cuya naturaleza se puede remover fácilmente al presidente.
De existir la convicción de que será atacado por Irán, a Israel no le queda otra opción de hacer lo propio de manera preventiva. Sin embargo, a dicho nivel de convicción todavía no se ha arribado, dado que Israel, en combinación con EEUU, está participando del mismo juego (en cuanto a las reglas, no por que esto tenga nada de divertido) de tira y afloje. La estrategia consiste en dejar en claro que no se tolerará bajo ninguna circunstancia que Irán posea armamento nuclear (interés comprensible), pero sin llegar a hacer obvio, evidente ni inevitable un ataque preventivo más allá de la decisión que tomen en Irán respecto al programa nuclear. Pasar, por insinuación, un mensaje así de ambivalente es difícil y que se entienda lo es más aún, pero es lo más próximo a lo que puede llegar para permitir una coexistencia de ambos intereses, por lo que el intento no es vano. Los caricaturistas neoconservadores Cox&Forkum, quizás sin saberlo, han ilustrado la lógica de este tipo de disputa de manera ejemplar. El mensaje es algo así como: “desistan con su plan, porque tarde o temprano atacaremos, pero no es seguro”. El último elemento de la amenaza en principio firme (no es seguro), es la válvula de escape por la cual Irán no queda del todo acorralado contra las cuerdas en la situación dada cuando sólo puede optar entre desistir su programa o ser atacado, y la primera no lo resguarda de ocurrir lo segundo. A veces una solución que no conforma a nadie es lo más parecido a una solución que conforme a todos. Un programa nuclear con fines pacíficos que permita la inspección internacional no da mucha seguridad, pero sale, como válvula de escape que es, del actual estado de precariedad donde se ven más amenazas que intenciones. La displicencia iraní en las inspecciones en el marco de la IAEA evidencia que Irán tiene fuertes intereses en mantener en secreto su desarrollo nuclear; la intransigencia en este punto no es algo que ayude al acercamiento.
La dificultad para encontrar una salida es en parte producto de los reiterados desencuentros que en los últimos tiempos ha vivido la región. Irán se encuentra entre Iraq y Afganistán, dos países que han sido invadidos como parte de la guerra contra el terrorismo. Otros países colindantes, Turquía y Pakistán, -este último con poderío nuclear- son aliados de moderado compromiso con EEUU. Si a las potenciales bases se agrega el precedente del derrocamiento de Saddam Hussein con la invasión a Iraq motivada por su presunto programa de armas de destrucción masiva (armas de destrucción masiva –gas- que Hussein sí utilizó contra Irán con la complacencia del gobierno de Reagan), el temor que sienten los iraníes por la creciente influencia norteamericana en la región es fundado.
El desatino de Iraq también ha desprestigiado a la Mossad, que apostaba a la existencia y utilización de armas de destrucción de Hussein contra Israel, en un ataque que nunca llegaría, quedando la opinión pública israelí absorta por la falla del servicio de inteligencia más profesional del mundo. Más recientemente, la espinosa campaña contra Hezbollah caracterizada por la falta de resultados, ha logrado mermar la confianza en la IDF (y en particular la IAF), la dirigencia política y la comandancia militar. Una incursión aérea israelí, tan solicitada en círculos neoconservadores, dirigida a destruir el programa nuclear iraní, no estaría libre de riesgos ni costos. Los objetivos están lejos, dispersos, enterrados y bien protegidos y podrían costar numerosos aviones y pilotos, siempre necesarios en una contienda mayor nacida de las tantas hipótesis de conflicto de Israel, aumentada además la probabilidad de que afluyan como represalia por parte de Siria y Hezbolah. Si el ataque lo protagoniza EEUU, la acción israelí puede resultar superflua y atraer el conflicto hacia su territorio, pero también le aportaría legitimidad de modo que EEUU no quedaría solo en la empresa.
Es dable la perspectiva en que, como en la guerra del golfo Pérsico, los aliados musulmanes de EEUU se nieguen a participar en una contienda que circunstancialmente los coligue con Israel. Será tarea de los norteamericanos lidiar con este celo, porque en una guerra extendida la participación de los países limítrofes puede resultar muy útil.
Irán se dirige hacia una posición de cada vez mayor aislamiento, con el programa nuclear como causa y pretendida salida a la vez. Hasta ahora sólo ha cosechado la solidaridad de los 118 países no alineados expresada en la reciente declaración de La Habana en apoyo a la soberanía iraní en el uso pacífico de energía. La diplomacia de Teherán no ha logrado hasta ahora el mismo convencimiento en los países de Europa.
La crisis está resultando de gran costo político tanto para EEUU e Israel como Irán. Los ayatolahs han agotado casi todo su capital político (capacidad de tomar decisiones soberanas, con un costo) en demagogia islamista y han llegado demasiado tarde como para desarrollar un programa nuclear suficientemente discreto e inspirador de confianza sobre sus fines, en un contexto de Guerra contra el terrorismo en que las naciones desarrolladas se encuentran notoriamente sensibilizadas frente a los arrebatos islámicos.
Israel desde su creación ha estado ocupado con el problema árabe, una historia y presente con altibajos, ya que se ha pacificado con Egipto y Jordania, pero queda irresuelto el asunto palestino, y la inestabilidad de sus vecinos al norte es materia de permanente preocupación. Ha tenido que asumir recientemente el peligro representado por el liderazgo de un Irán que envalentona al fraccionado mundo islámico en torno a Israel. El formidable pero pequeño ejército israelí no está para ser arriesgado en cualquier jugada como no sea una en que esté realmente en juego la seguridad de su estado. Arribar a ese diagnóstico será tarea conjunta de las hábiles diplomacia e inteligencia israelíes, quedando la acción militar –con o sin EEUU- como medida de última ratio.
Estados Unidos se ha enfrascado en una guerra que ya no le reporta beneficios, con resta de credibilidad y aliados. La ausencia de resultados, creciente número de bajas y la flaqueza discursiva ha generado oposición en el plano nacional e internacional, de resultas a lo cual quedó minada la base de poder de Bush, quien sólo con suma dificultad puede mantener el esfuerzo de guerra en Iraq y Afganistán, a verse perjudicados por la apertura de un frente más. Con el poco capital restante puede intentar este ataque militar a Irán –nadie lo ha descartado-, o puede tratar de maniobrar en los términos que aquí se han descripto.
Los tres países, temerosos y a la vez desafiantes, y aislados en el caso de Irán, o golpeados en el de EEUU, o dubitativos en el caso de Israel, deberán, en una combinación que maximice sus restos de influencia política, diplomática y militar, seguir maniobrando hasta arribar a una salida compatible con los respectivos intereses.