Por estos dias ando leyendo Europa en el siglo XVIII. 1713-1783 (Aguilar, 1964) de M.S Anderson, que conseguí por Corrientes el año pasado. Como sabrán la época me fascina, de modo que siempre me encuentro presto a aprender cosas nuevas aun a riesgo de repasar otras viejas. Anderson expone prolija y minuciosamente cómo era y cómo evolucionó en el período la sociedad, la economía, la religión, la alta política, la administración, la guerra, la vida intelectual y el escenario internacional.
El desarrollo del capítulo sobre Monarcas y Déspotas va acompañado de una descripción de la personalidad y estilo de gobierno de muchos reyes. Aquí viene una bomba de Anderson: por mucho que lo intentaran, el peso de la herencia hacía que la mayoría de ellos no participara de la Ilustración -dentro del despotismo ilustrado-.
"Un gobierno completamente ilustrado era un objetivo que, aun cuando hubiesen deseado alcanzarlo, las complejidades interiores de sus propios países y la presión exterior de otros colocaban fuera de su alcance". No es que no existieran gobernantes ilustrados, pero estaban limitados "solamente los pequeños estados, libres del fardo de representar un papel rector en los asuntos internacionales y a menudo más homogéneos desde el punto de vista económico y social que sus poderosos vecinos, podían permitirse el lujo de aplicar la panacea política de la Ilustración con cierto grado de plenitud". Por ejemplo Carlos Federico de Baden fue el único en aplicar, y sin éxito, una idea proveniente de los fisiócratas como fue el impuesto único sobre la tierra.
"Con la excepción de José II, los monarcas de los grandes Estados en las postrimerías del siglo XVIII no estaban preparados para enfrentarse con los problemas que implicaban esta clase de cambios verdaderamente radicales. Evidentemente, ni Luis XV ni sus sucesores tuvieron el deseo ni la capacidad suficiente para convertirse en déspotas ilustrados. En gran Bretaña jamás se pensó en la conveneincia de este tipo de Gobierno. Las ideas de la Ilustración no influyeron profundamente, en la práctica, ni en Federico II ni en Catalina II". Las reformas que sí realizaron estos dos fueron parte de una "mera continuación de una política previamente establecida, que no debía nada a las ideas de la Ilustración", y en parte una fachada presuntuosa que ocultaba una política egoóista y hasta frívola.
Federico II fue el ejecutor político de su padre Federico Guillermo I. "Su única aportación de importancia al sistema de gobierno que heredó fue una serie de reformas judiciales, obra principalmente de uno de sus ministros: Samuel von Cocceji. Su afición a tocar la flauta, las resmas de mala poesía francesa que escribió, su amistad con Voltaire, que tanto ha impresionado a muchos historiadores, no constituyen un índice de su actitud con respecto a cuestiones de verdadera importancia. Esto se aprecia más bien en su preferencia de snob por funcionarios y ministros aristocráticos, en sus inflexibles ideas mercantilistas sobre problemas económicos y en su falta de verdadero interés por cuestiones de educación. No es un accidente el que tantos escritores y eruditos alemanes contemporáneos -Wieland, Winckelmann, Lessing, Gottsched- mirasen con disgusto tanto al monarca como a Prusia, y resulta difícil señalar algún aspecto de sus actividades que hubiera sido muy diferente si no hubiesen existido jamás las ideas de la Ilustración". Chan.
Si bien Catalina II fue más osada que Federico II y trató de posar como protectora de ideas progresivas, fue mucho menos arriesgada, audaz y previsora de quien resultó continuadora, Pedro II, "y careció de la sinceridad, honestidad intelectual e incluso humildad que tanto contribuyeron a contrapesar la implacable crueldad de aquel monarca".
Llamativamente, los exponentes más logrados del despotismo ilustrado se encontraban en Italia: Uno es el caso de Bernardo Tanucci, primer ministro del Reino de las Dos Sicilias. "Durante el siglo XVIII Nápoles y Sicilia produjeron mayor número de escritores originales y a menudo radicales sobre cuestiones económicas, políticas y legales que cualquier otro lugar de Europa, con excepción de Francia y Gran Bretaña". Tanucci simpatizaba con las ideas de Giannone, Finlangieri y Galiani, tendientes a "restringir el poder de la nobleza, mejorar el sistema judicial y sobre todo, domeñar el poderío de la Iglesia [...]".
"El gran duque Leopoldo de Toscana (1765-90) fue en muchos aspectos el más notable de los déspotas ilustrados. Al principio de su reinado, el Gran Ducado era todavía lo que había sido bajo los Medicis en las primeras décadas del siglo, es decir, la unión personal de cierto número de ciudades-estados medievales, sobre todo Florencia y Siena, que conservaban una adminsitración, unas leyes y unas instituciones económicas distintas. Con esta acumulación de ruinas del pasado, Leopoldo había creado al final de su reinado uno de los estados de Europa mejor gobernados. Se había unificado y racionalizado la administración, simplificado el sistema de tributos, abolido el impuesto agrícola y eliminado las tarifas interiores. Tales reformas se inspiraron en las ideas más progresivas del período, particularmente en las de los fisiócratas, y en el deseo de fomentar el bienestar de sus súbditos, deseo cuya sinceridad apenas tiene paralelo entre los osberanos de este periódo".
Sigue con déspota ilustrado, remarcando que "A diferencia de lo que sucedía en el ánimo de tantos de sus contemporáneos, las reformas de Leopoldo no estuviera influidas por el deseo de incremntar el poderío militar o la influencia internacional del Estado por él regido. Por el contrario, alentaba la esperanza de establecer la neutralidad perpetua del Gran Ducado como una tradición de la diplomacia europea, dándole, poco más o menos, la fisonomía que habría de tener Suiza en el siglo siguiente. También a diferencia de casi todos los soberanos , realizó consecuentes esfuerzos para descentralizar el poder. Trató de crear un sistema de gobierno local que fuese representativo, al menos en parte, y procuró dar a sus súbditos algún control incluso sobre la administración central. Las finanzas del estado estarían separadas de las del soberano, y el sistema judicial estaría libre de toda interferencia gubernamental". Si bien algunas proposiciones no pasaron de ser un proyecto en el papel, "ilustran vigorsamente hasta qúe punto un soberano enégerico y de mentalidad abierta podía adoptar las ideas políticas más radicales del período".
-M.S Anderson, pp. 112-116.
martes, marzo 02, 2010
El siglo de las luces (menos para los monarcas)
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4 comentarios:
a propósito del reino de las dos sicilias sire marcos ¿no se hace ninguna mención en el libro a carlos III de españa?
Enseguida, izo velas, Almirante Hugo. En la misma pág. 122:
"Así , pues, en España y en las provincias de los Habsburgo se ralizaron progresos en la creación de poderosas monarquías y adminstraciones centralizadas [...] En España, la debilidad del melancólico Felipe V fue compensada en parte por la energía de su dominante segunda esposa, Isabel de Farnesio. Carlos III fue trabajador, patriota y consciente, aunque intelectualmente insignificante. [...] La fuerza de sus personalidades [suya, de Maria Teresa y de Jose II] explica que Carlos III fuese capaz de ejercer más autoridad efectiva que cualquier otro monarca español durante generaciones enteras y que los poderes de Maria Teresa fuesen mayores que los detentados por cualquiera de sus predecesores".
expulsar a los jesuitas de la catolicísima españa o la prgmática a favor de los gitanos en línea con el edicto de tolerancia de los judíos dictado por josé II o la creación de las ecuelas de artes y oficios no me parecen la acción de un monarca "intelectualmente insignificante"...
vuelvo a formularte mis reservas sobre estos autores "todo terreno" que escriben una obra sobre temas -monarcas en este caso, que cada uno por separado, daría para varios tomos...
Este narigueta Carlos III sería el Leopoldo II español, tan rensponsable como él de secularizar la península itálica?
Sí que tenía olfato ; )
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