miércoles, agosto 31, 2005

Habermas y su proximidad a la escuela austríaca

Ayer fui a la reunión del ciclo de filosofía austríaca de Eseade. En esta ocasión la ponencia por parte de Gabriel Zanotti versaba sobre "la Escuela Austríaca, el diálogo y J. Habermas". La exposición de Zanotti fue excelente y los argumentos en favor de su tesis muy sólidos.
La idea se centró en construir un puente entre Jürgen Habermas, filósofo neo-marxista, y la escuela austríaca de raigambre hayekiana. Lo que a todas luces parece ser un choque de paradigmas, en definitiva es una comunión jamás explicitada -un tanto por el recelo mutuo- con vínculos que Zanotti vino a descrubrir con claridad expositiva.
Habermas es el principal heredero de la escuela de Frankfurt, siendo discípulo de Horkheimer y Th. Adorno. Estos autores escriben La dialéctica del iluminismo (1947), donde tratan de mostrar la contradicción inherente a la modernidad. Para dejarla en evidencia señalan que la razón instrumental -constitutiva de la ciencia moderna- llegó para emancipar al hombre, tal como lo proclamaba Kant, pero en ese proceso liberatorio de las viejas estructuras constituyó una nueva forma de explotación, materializada en el sistema capitalista. Allí radica, según ellos, la contradicción por la cual la razón libera y al a vez somete. La explotación es la que Marx desarrolla y tiene como fuente la alienación, íntimamente relacionada a la plusvalía que extrae el capitalista. Böhm-Bawerk se dedicó contempráneamente a refutar esta teoría, no obstante que las valiosas objeciones pasaron desapercibidas para el mainstream.
Habermas, entonces, hereda de sus maestros esta noción de razón instrumental donde las personas se usan como medios -no como fines, alla imperativo kantiano- vivificándose en las relaciones comerciales y la burocracia política. Sería un post-moderno más, si no fuera porque retoma del mismo proyecto de la modernidad la llamada acción (y razón) comunicativa; En su constitución es contrapuesta a la instrumental, y consiste en un mutuo entendimiento entre interlocutores, entre sujetos que establecen una relación racional-comunicacional con ciertas pretensiones normativistas como sinceridad, verdad y tolerancia. En ella cimentará su construcción democrático-comunal en pos de resistir al poder sistémico avasallante del mercado y la política. La resistencia se dará desde el seno de la sociedad civil (vale aclarar, ésta no incluye al mercado) a partir de acciones espontáneas basadas en la comunicación transparente. Diafanía es de lo que carecen -siempre según Habermas- las acciones instrumentales como las que emanan del mercado y la política electoral, dado que de ellos instauran acciones perlocutivas ocultas dónde se pretende influir en la conducta del otro engañandolo (allí se rompe la pretensión de sinceridad, por ende la comunicación y la racionalidad).
Hasta ahora pareciera que, con este resabio de la alienación marxista, los postulados habermasianos fueran irreconciliables con los austríacos. Sin embargo, si se deslinda, tal como lo hicieron los austríacos, el complejo proceso de mercado de la mecánica y amoral razón instrumental, para convertirla en un orden de acciones eminentemente comunicativas, la congruencia entre ambas teorías queda a la vista. El mercado es un orden espontáneo, como lo asertara hasta el cansancio Hayek, y responde en esencia a las acciones comunicativas que emanan de los individuos. Los precios, por ejemplo, son indicadores que traducen la dispersión de la información sin que nadie se proponga explotar a nadie. Son actos perlocutivos abiertos (no ocultos), que siguen normas implícitas -presupuestas en el endogrupo- y espontánes, exactamente como los diálogos entre personas. Por consiguiente, el mercado funciona primordialmente mediante comunicación, que es el presupuesto de Habermas para la relación entre persnas. La diferencia radica que en que, en tanto Habermas asocia al proceso comunicativo a una estructura ético-normativa, propia de su origen kantiano (la v.g.la acción comunicativa es la perlocutiva abierta, no otra), Hayek lo deja libre al juicio de los intervinientes que pueden guiar su acción tal como les plazca, constituyendo entonces un orden espontáneo. Por ejemplo, si soy un innovador y tengo una idea, se comprende que no voy a ir corriendo a decírsela al primero que me cruce. Sin embargo la misma posiblemente se muestre al público en el proyecto al que dé pie. Si además es eficiente, será más conocido aún.

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