Los disturbios en Túnez que provocaron la renuncia del dictador Ben Alí y presuntamente concatenaron los actuales desmanes en Egipto me conducen a dos interrogantes: 1) ¿Tenía mucho que temer Ben-Ali como para haber llegado al extremo de exiliarse? 2) ¿Hubo tal efecto contagio en Egipto?
El malestar en Túnez y en Egipto tienen causas parecidas y en cierta forma relacionadas, pero en definitiva propias, porque cada dictadura tiene sus reglas y desafíos a esas reglas. La inflación desbocada puede ser potencialmente desestabilizadora en Túnez y no en Egipto; la incertidumbre sobre el futuro sucesorio puede no ser desestabilizador en Túnez pero si en Egipto, y tras la chispa iniciada por la inflación y la revuelta tunecina, las incertidumbres más o menos estables se transforman en crisis anticipadas.
Tratando de responder lo primero, en Túnez Ben Alí habrá tenido razones para creer en riesgo su seguridad o libertad si se quedaba en el país. La pregunta sobre la huída de Ben-Ali es relevante teniendo en cuenta que este conflicto encendió la mecha de otro latente en Egipto, a razón de la suma imprevisibilidad del sistema político asediado por anunciados tiempos de sucesión, ya sea por razones biológicas, o por que Hosni Mubarak comparta la misma suerte que Ben Alí. En Egipto las causas son intrínseas pero el disparador es externo. Egipcios observan lo sucedido en Túnez y actúan previendo iguales consecuencias. Las malas expectativas se hacen ver por ejemplo en el fuerte rumor de huída del pais del hijo de Mubarak, Gamal, a quien es natural ver como el posible sucesor.
Huir para salvar la vida y la dinastía tal vez sea una actitud bien fijada en la impronta cultural árabe. De los primeros cuatro califas posteriores a Mahoma -cuando todavía la sucesión no era hereditaria-, 3 murieron asesinados (Uthman, Umar y Alí) y sobre el restante (Abu Bakr) pesa al dia de hoy la sospecha de haber muerto envenenado. Los cuatro eran compañeros del profeta y quedaron vinculados a él por matrimonios. Abu Bakr y Umar eran suegros de él y Alí y Uthman eran yernos, de modo que, algo informal, el sistema funcionaba como hereditario, con todas sus expectativas.
A lo mejor esta primera desviación sobre la palabra del profeta, quien prefería un sistema electivo, y las crecientes acusaciones de nepotismo contra Uthman le valieron la muerte, la ascensión de su enemigo Alí, y finalmente la caída en desgracia de este para dar lugar -guerra civil mediante- a la implantación definitiva de la dinastía Omeya a partir de Muawiyya (gobernador de Siria bajo Umar).
Así se sucedieron 14 califas omeyas, hasta que en 749 una rebelión encabezada por Abu-i-Abbas (fundador de la dinastía abasí) acabó con la vida del propio califa y toda su familia. Solo uno escapa, Abd-al-Rahman I, también conocido como Abderramán I (no confundir con Aldebarán de Tauro), en dirección a Al-Andalus, donde consigue hacerse proclamar emir por el ejército sirio, quedando virtualmente independiente del poder centralizado político y religioso de los califas abasíes con capital en Bagdag. Con ello, esta suerte de Eneas islámico sentó las bases del 'progresista' califato de Córdoba. En qué cosas puede devenir el más rancio conservadurismo omeya...
La conclusión: en el califato 1) sí hay que temer por la vida 2) los hechos ocurridos en su territorio siempre están conectados.
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1 comentario:
Creo que una diferencia importante entre la situación de Túnez y la de Egipto es la posición asumida por las fuerzas armadas y de seguridad. Si las egipcias le soltaran la mano a Mubarak, como hicieron las otras con Ben Alí, me parece que los días del rais estarían contados.
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