sábado, febrero 09, 2008

Que boquita

La edición de ADN cultura de La Nación de hoy es sumamente recomendable.
Hay una entrevista a Paul Johnson donde habla de todo (Tatcher, Reagan, los papas, los salones literarios), y en la cual se va de boca en una parte:
-Siguen disgustándole tanto los intelectuales como cuando escribió su libro sobre ellos. ¿No hay ninguno que hoy le guste aunque sea un poco?

-Mmm. Bueno, Tom Stoppard. Si se anima a llamarlo un intelectual. Solíamos vivir en la misma aldea y no solo es uno de los pocos escritores que realmente tienen un don, sino que es una buenísima persona, un santo. A diferencia de la mayor parte de los intelectuales que son una mierda.


Hay un atrayente y elaborado artículo de un Guillermo Giucci en torno a la dimensión simbólica del auto, el fetiche de la modernidad por antonomasia. El auto está en todo, lo queramos o no, como se da a entender en esta crítica de aires marxianos.
¿Quién vende un automóvil a no ser por obligación, o para comprar uno mejor? Perder el auto es una calamidad y el recambio implica generalmente una voluntad de superación. Con el principio de la obsolescencia programada se esclaviza al consumidor: el sistema del modelo anual, iniciado por la General Motors a mediados de la década de 1920, exige la renovación. Las otras compañías tendrán que ajustarse al sistema de cambio planificado, mientras una parcela de los consumidores vive obsesionada por cambiar lo nuevo por lo más nuevo. En gran parte del planeta se repite anualmente la codicia del automóvil "cero kilómetro" y su olor inefable, con toda la publicidad (exhibiciones, revistas, folletos, películas, réplicas de juguete, etc.) que acompaña a los modelos flamantes y con todas las fantasías y problemas que persiguen a los consumidores.

Ayer señalaba la innovadora técnica de BMW para tratar de vender su M3: ¡Contrataron a una empresa para que diseñe un juego en el que uno maneja ese auto!

La ambición de poseer un automóvil no se restringe a las clases altas y aquellos con ingresos sustanciales, sino que alcanza a los empleados de oficina y personas de remuneración baja. Muchas familias viven en el umbral del peligro. Son "auto-pobres", ya que les resulta imposible ahorrar. La seguridad del futuro es sacrificada por el placer del momento, que se mezcla de modo constante con la ansiedad por estar viviendo más allá de las posibilidades económicas. El automóvil es "otra familia" de gastos. Cualquiera que sea la explicación de esta compulsión por las ruedas, el resultado es el mismo: "deudas, deudas y más deudas, por un artículo caro que se desvaloriza muy rápidamente y tiene un apetito insaciable de dinero. Claro que el dinero se va en pequeñas dosis, pero la suma es grande si se calcula el gasto anual, y al hombre común le falta el coraje necesario para enfrentar eso; o, si llega a enfrentarlo, no tiene coraje para renunciar. Debe conservar su automóvil".

2 comentarios:

hugo dijo...

coincido marcos, me parece uno de los mejores ejemplares publicados hasta ahora.

no coincido con los "aires marxianos" que crees "respirar" en el artículo sobre la dimensión simbólica del automóvil, es más me pareció muy ajustado.

MarcosKtulu dijo...

Hugo, detrás de la crítica al automovil subyace una crítica a todo el sistema de consumo, la cual comparto parcialmente. Esto de la publicidad sugerente, la obsolescencia programada y demás conceptos es tal cual, y es típico del siglo XX y del consumo, por lo que Marx en el siglo anterior, centrándose en las relaciones de producción, no pudo ver. Hace menos tiempo, algo de esto ha podido describir (y criticar) Herbert Marcuse en, por ejemplo, el hombre unidimensional.